Como veíamos ayer, la XI edición de FiSahara estuvo dedicada a Nelson Mandela. Curiosamente, el pueblo saharaui también tiene a su propio Mandela como el pueblo sudafricano: se trata de Sidi Mohamed Daddach (foto superior, de Carlos Cazurro), al que se conoce popularmente como el ‘Mandela saharaui’. Sidi no podía faltar a la cita del festival, al homenaje del Premio Nobel de la Paz y al encuentro con la prensa y lxs activistas venidos de todo el mundo para contarles su historia.

La juventud saharaui cada vez contempla menos salidas pacíficas al conflicto (Carlos Cazurro)

Sidi es el preso de conciencia que más tiempo ha estado encarcelado en África, después del líder sudafricano. «Durante 14 años esperé cada día el momento de mi muerte», relataba el activista a Cuarto Poder. Su único delito, haber intentado unirse al Frente Polisario en 1976, siendo forzado a servir en el ejército marroquí. Tres años después, intentaría huir sin éxito y en 1980 un tribunal militar de Rabat lo condenaría a pena de muerte «por alta traición». Entremedias y después, toda suerte de torturas.

En 1994 se le conmutaría la pena de muerte, pero habrían de pasar tres años más –haciendo un total de 21– para que, gracias a la presión de los organismos internacionales de Derechos Humanos (DDHH), fuera liberado. Durante FiSahara, Sidi volvió a hacer gala de su voluntad de hierro: «Desde mi primer día detenido hasta hoy mi voluntad ha sido la misma. A pesar de todas las torturas y maltratos que he sufrido sigo peleando por los derechos fundamentales de mi pueblo. Mi causa es la autodeterminación de mi pueblo y lo será siempre. Hasta que lo consigamos».

Las torturas recibidas en las cárceles marroquíes han dejado en Sidi huellas imborrables; las peores, en su interior (Carlos Cazurro)

En contra de lo propugnado por Andrew Mlangeni, el que fuera compañero de prisión de Mandela, Sidi continuaba siendo defensor de la vía pacífica para la resolución del conflicto, aunque la connivencia de la Comunidad Internacional y los gobiernos españoles con Marruecos no lo estaban poniendo nada fácil. «Vamos a continuar confiando en la Comunidad Internacional a ver si las negociaciones nos llevan a buen puerto y nos ayuda a seguir apostando por la vía pacífica. Si no observamos avances en la lucha tendré que cambiar de opinión y abogar por la vía armada«, afirmaba. Seis años después de aquel FiSahara, la situación ha ido todavía a peor.

Ya entonces, lxs más jóvenes hacían sonar tambores de guerra, que lxs veteranxs como Sidi apaciguaban. «La juventud empuja cada día e insiste en retomar la lucha armada. Es una petición que no hace sólo la juventud, sino también la diáspora, los que están en el exilio», explicaba a El Mundo el activista, para añadir que «si vemos que no podemos tocar nada de manera tangible, volveremos a las armas».

«Lo que te han quitado por la fuerza solo se puede recuperar por la fuerza», sentenciaba Mansour, un joven saharaui de 24 años a Javier Gallego Crudo para eldiario.es, aunque después matizaba que «sólo desean la guerra lxs que no la han conocido» y, precisamente él, nació con el alto el fuego entre el Frente Polisario y Marruecos de 1991. Y es que ese alto el fuego es ficticio, puesto que como indicaba Mansour, «la sangre de lxs saharauis se sigue derramando aunque hay un alto el fuego. En los Territorios Ocupados reprimen, torturan, persiguen, segregan a lxs saharauis. Sigue siendo una guerra», tal y como habían relatado en ediciones anteriores del festival lxs activistas llegados desde esos Territorios Ocupados.

Víctimas que también se producen al otro lado del Muro de la Vergüenza, como relataba Alejandro Torrús en su crónica: camioneros, pastores de camellos… que detonan alguna de los más de siete millones de minas antipersona sembradas en el desierto y que, por mucho que organizaciones locales e internacionales limpien zonas, el siroco se encarga de mover los millones que aún quedan, haciendo impracticable la zona. Así fue, por ejemplo, como Ahmed Salem perdió su pierna derecha cuando buscaba sus camellos.

Ese es el otro FiSahara, el que muestra al mundo a personas como Sidi, Mansour o Ahmed. El que cada año lanza un grito más a la Comunidad Internacional para detener esta sinrazón que parece querer llevar al exterminio a un pueblo entero ante el silencio colectivo del resto del mundo. FiSahara no calla.