El segundo de los actores en pasar por nuestro puesto para que compartiera cuanto estaba viviendo en FiSahara sería Antonio de la Torre. Así lo relataba:

Un bache sacude mi cabeza. Abro los ojos y veo un paisaje apabullante: la luna llena a mi derecha y a mi izquierda el amanecer que empieza a despuntar. Una mezcla perfecta entre el día y la noche en medio de un círculo de arena. Me he despertado en el corazón del Sáhara. Aun nos quedan un par de horas por llegar a Dajla, lugar donde se celebra el Festival de cine.

Hemos llegado a los campamentos de refugiadxs, una ciudad sin luz eléctrica ni edificios, en medio de la nada. Como en otros lugares de este desierto, aquí viven cerca de 50.000 saharauis desde hace 35 años estancadxs en el tiempo y el espacio con un problema olvidado. Casi todos los invitadxs que hemos llegado hoy actuamos acorde a lo que vemos: desorientadxs nos dejamos hacer, casi sin preguntar, con una extraña mezcla de perplejidad y vergüenza.

Sol. Son las nueve de la mañana y el calor ya aprieta. Maletas y personas apiñadas. Vamos a las jaimas. Allí el pudor aumenta porque nos atienden como reyes cuando la culpa y la solidaridad nos piden justo lo contrario. En estos días se vive un oasis. Gracias al Festival el pueblo saharaui se coloca en cierto epicentro informativo y las películas y profesionales venidos de España permiten el intercambio de sueños, cultura e información.

Son las siete de la tarde, no he parado de hacer preguntas sin ninguna conclusión. La noche se acerca y vamos a ver y hablar de cine y libertad. Me siento cómplice de esta tierra y también del olvido a que está siendo sometida. Bendito Festival, pienso. Y un deseo viene a mi mente: Ojalá que ya el próximo año empezara a formar parte de un pasado. Según los libros de historia, el gobierno español en el 2010 por fin presionó al Gobierno de Marruecos para celebrar un referéndum que trajo como consecuencia la independencia de la República del Sáhara.