«¿Quién me iba a decir a mí que un día me encontraría, en lo alto de una duna, en pleno Sáhara argelino, pidiendo a mi madre por el móvil que me dictara las primeras frases del Quijote? ¿Por qué no me las habría aprendido como Dios manda en el colegio?, me maldije perdiendo la cobertura y el equilibrio». Son palabras de Icíar Bollaín en un artículo que publicó en El País en 2005 para contar de primera mano cómo surgió la idea de rodar un pequeño cortometraje con la lectura de El Quijote en los campamentos de refugiadxs y, de ese modo, pedir un Instituto Cervantes para los campamentos saharauis en Tindouf. A fin de cuentas, el Sáhara Occidental es el único Estado africano en el que el español es la segunda lengua oficial.
Era el año del cuarto centenario de El Quijote y la idea, en realidad, surgió espontáneamente en el aeropuerto de Barajas, con una incógnita que se apoderó de todos. ¿Habría o no habría un Quijote en Ausserd, la wilaya en la que aquel año se celebraba FiSahara? Era el año 2005 y la navegación por internet con un teléfono móvil estaba a años luz de lo que conocemos hoy, más aún en mitad del desierto del Sáhara.
FiSahara_ElPais2005Javier Corcuera, el codirector del festival, se hizo como por arte de magia con el capítulo 23 del libro de Cervantes pero, puestos a rodar un cortometraje, resultaba imprescindible contar con las primeras líneas que todo el mundo creía saber pero que al llegar a «de cuyo nombre no quiero acordarme» se diluía en un mar de dudas dunas. Finalmente, serían la madre y el hermano de Icíar quienes ayudarían desde España a completar las lagunas mentales. Así fue posible rodar aquel cortometraje, ante cuya cámara pasó una larga lista de personas, como Ahmed Mohamed Fadel, alias El Rubio, que aparece en la fotografía que encabeza este post. Cinco historias en un cortometraje con un mismo final: El Instituto Cervantes ignorando, aún a día de hoy, una solicitud que lleva años, incluso, en el Congreso de los Diputados y las Diputadas.
No sería la única demanda que se haría aquel año. Como había sucedido el año anterior, todas las personas del mundo de la cultura que se habían desplazado hasta Ausserd para conocer de primera mano la realidad saharaui, para formar parte de la familia FiSahara y prestar su imagen como altavoz de la causa de este noble pueblo redactaron un manifiesto en el que se pedía a los gobiernos, instituciones y sociedad civil, especialmente a España, que “contribuyan eficazmente al cumplimiento de la legalidad internacional, presionando al reino de Marruecos para que acate las resoluciones de la ONU sobre el Sáhara Occidental”.
El resultado, como sucedió con el corto de El Quijote, fue el mismo, la indiferencia, pero como decía el inicio de aquel manifiesto, “estamos aquí porque sabemos que la indiferencia es el peor enemigo en la lucha de lxs saharauis para recuperar la soberanía de su territorio, ahora dividido”. Y aquí seguimos, luchando pacíficamente con el cine hasta que se haga justicia.