Acercar en 2017 FiSahara a Madrid fue un acierto. Hubo quien vio en este movimiento una manera de «refrescar la memoria de la causa saharaui», pero fue más que eso. Aquel evento sirvió para remover conciencias, para mostrar la realidad saharaui a un público que, de otro modo, difícilmente habría tomado la decisión de tomar uno de nuestros vuelos chárter y viajar hasta los campamentos de refugiadxs del Sáhara Occidental para verlo en persona.
En lugar de eso, plantamos el Sáhara mismo en el centro de Madrid, con la popular Hijos de las Nubes, de Javier Bardem y Álvaro Longoria, como veíamos ayer… pero también con las historias de Limam Boisha, Hamida Abdulláh o Badi Mohamed Salem, protagonistas de la premiada Leyuad, un viaje al pozo de los versos. La cinta que antes de llegar a Madrid y fuera vista por la crítica como una «inspiradora road movie que desentierra la cultura de los hombres del desierto», ya se había alzado con la Camella Blanca un año antes en FiSahara, se había presentado en abril en el Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián y había viajado hasta el Festival de cine Africano de Lausanne (Suiza), con gran éxito de público, que repitió en Madrid.
A falta de contar en persona con lxs poetas de esta historia que traslada al espectador/a hasta Leyuad, en el corazón de Tiris, la ancestral Tierra de los Hombres del Libro, la génesis de la identidad del pueblo saharaui, el nutrido auditorio tuvo la oportunidad de escuchar en vivo a lxs codirectorxs de la película, Gonzalo Moure, Inés G. Aparicio y Brahim Chagaf, que transmitieron toda la intensidad de una situación que año a año se torna más dramática.
Historias como la de The Runner, la cinta de Saeed Taji Farouki, interpretada por el deportista saharaui Salah Amaidan, sobrecogieron al público. Ese público que de otro modo difícilmente se habría acercado a la realidad saharaui y que no sólo conoció la historia del tres veces campeón de cross en Marruecos, subcampeón de África como corredor de larga distancia y ganador en Agde (Francia) cuya celebración de la victoria ondeando la bandera saharaui le costó demasiado cara, sino que pudo conocer su testimonio en primera persona, allí, en el coloquio después de la proyección y, después, acercándose a él, prestándose a la charla, a compartir experiencias.
Fue la primera edición de FiSahara en Madrid, quién sabe, quizás no la última, que si bien es cierto que atrajo la atención de muchas personas por el apoyo incodicional del mundo de la cultura y el cine que allí se personó, no es menos verdad que la onda expansiva de la causa saharaui creció, amplificándose la indignación por una injusticia universal.